MARÍA ANTONIETA. STEFAN ZWEIG

María Antonieta nació en Viena en 1755, hija del emperador austríaco Francisco I y de María Teresa. En mayo de 1770 contrajo matrimonio, cuando tenía catorce años, con Luis XVI de Francia. De nuevo la destreza de Stefan Zweig para el retrato y su finísima comprensión del alma humana se unen para dibujar un cuadro extraordinario de la más famosa víctima de la guillotina: su tormentosa llegada a Versalles, la frustración ante la frialdad de su esposo, su apasionado romance con el conde Von Fersen y, finalmente, el caos y el terror que la revolución trajo consigo.

Stefan Zweig nació en Viena en el seno de una rica familia judía. Su padre era fabricante textil, y su madre provenía de una familia de banqueros judíos. Ya en su adolescencia, Zweig envió poemas y artículos a algunas revistas y mantuvo correspondencia con importantes figuras literarias. También empezó una colección de manuscritos, y consiguió algunos de Goethe y Beethoven.

Zweig estudió Filosofía en la Universidad de Viena y obtuvo el doctorado en 1904. Durante sus años de estudiante Zweig publicó su primer libro de poesía así como varios artículos en el periódico más prestigioso de Viena, el Neue Freie Presse, cuyo editor era Theodore Herzl, figura principal del Movimiento Nacional Judío. Zweig, que había demostrado su talento, se escapó así de la obligación de trabajar en la empresa familiar.

En la década siguiente Zweig viajó constantemente entre Viena, Berlín, París y Bruselas. Durante este período conoció a poetas, escritores y artistas como Auguste Rodin, Rainer Maria Rilke, Romain Rolland, W.B. Yeats, Pirandello y muchos otros, y comenzó a escribir novelas cortas y piezas de teatro que fueron bien recibidas por el público.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Zweig, que era un patriota austríaco, escribió artículos en su apoyo. Zweig se incorporó al servicio militar y sirvió en los Archivos Austríacos del Ministerio de Guerra. Habiendo sido testigo de los horrores del conflicto, sufrió un gran cambio y escribió el drama Jeremías, donde expresaba una posición marcadamente crítica con la contienda. La obra fue celebrada por su amigo el escritor Thomas Mann. Zweig adoptó una postura pacifista, como lo hizo otro de sus amigos, el novelista francés Romain Rolland. Zweig se mudó a Suiza hasta el final de la guerra y siguió siendo un pacifista toda su vida, apoyando la idea de una Europa unida.

En 1920 Zweig se casó con Friderike Maria von Winternitz (de quien se divorció en 1938) y se mudó a una gran casa en Salzburgo. En los años siguientes escribió una serie de novelas cortas y biografías llenas de tensiones emocionales y crisis psicológicas donde se trataban temas como el juego, la prostitución, el adulterio y el suicidio. Las obras de Zweig llegaron a ser muy populares, aunque algunos de sus colegas las criticaron llamándolas «lecturas de tren». Entre sus novelas cortas destacan Amok, Miedo, Angustia y Veinticuatro horas en la vida de una mujer, mientras que sus obras biográficas incluyen las de María Antonieta, Fouché o Magallanes.

Cuando Hitler llega al poder en 1933, los libros de Zweig son condenados y luego prohibidos. El fascismo también ganaba terreno en Austria y cuando la policía fue a registrar la casa de Zweig, la abandonó para no volver jamás. En 1938 se divorció y se marchó a vivir a Londres. Más tarde escribió que durante esa época sentía pesadas nubes cerniéndose sobre él. Zweig dispersó sus documentos y vendió su colección de manuscritos.

En 1939 Zweig se casó con Lotte Altmann, su secretaria. Durante estos años Zweig no se manifestó abiertamente contra los nazis ni tampoco a favor de los judíos perseguidos, lo que provocó algunas críticas de prominentes personalidades judías como Hannah Arendt. Parece que Zweig quería proseguir con su vida en Londres sin mayores interferencias. Sin embargo, en este período su obra comienza a centrarse en personajes atormentados, tanto literarios como históricos, que se encuentran en situaciones de peligro. Escribe entonces las biografías de María Estuardo y de María Antonieta, la novela La piedad peligrosa y la novela corta Novela de ajedrez, que contiene elementos autobiográficos.

Aunque Zweig y su mujer obtuvieron la ciudadanía británica, no se sentían felices. En El mundo de ayer, escrito poco antes de su muerte, Zweig describe a los refugiados judíos en Londres como «fantasmas» en busca de un país que esté dispuesto a recibirlos. En 1940 ambos viajan a Nueva York, donde descubren que están nuevamente rodeados de refugiados que les recuerdan los terribles acontecimientos que están teniendo lugar en Europa. Pocos meses después la pareja, que había hecho un viaje a América del Sur, se traslada a Petrópolis, cerca de Río de Janeiro (Brasil), donde esperaban tener la oportunidad de empezar una nueva vida. Zweig incluso escribió un libro: Brasil, país de futuro.

El 22 de febrero de 1942 Stefan Zweig y su esposa Lotte fueron encontrados sin vida en su piso de Petrópolis con una sobredosis de barbitúricos. Ella vestía su kimono, y él camisa y corbata. La noche anterior Zweig había jugado al ajedrez con su vecino. Luego regresó a su casa y escribió la carta de despedida explicando las razones por las que había decidido quitarse la vida.

La casa de los Zweig en Brasil se convirtió más tarde en un museo y hoy se la conoce como Casa Stefan Zweig.

María Antonieta (Viena, 1755 – París, 1793) Reina de Francia. Hija de los emperadores de Austria, Francisco I y María Teresa, contrajo matrimonio en 1770 con el delfín de Francia, Luis, que subió al trono en 1774 con el nombre de Luis XVI. Mujer frívola y voluble, de gustos caros y rodeada de una camarilla intrigante, pronto se ganó fama de reaccionaria y despilfarradora. Ejerció una fuerte influencia política sobre su marido (al que nunca amó), ignoró la miseria del pueblo y, con su conducta licenciosa, contribuyó al descrédito de la monarquía en los años anteriores a la Revolución Francesa.
Pero quizá lo que más se recuerda de María Antonieta es su dramático final: detenida junto con el rey y otros nobles cuando trataban de huir de París, fue juzgada por el Tribunal Revolucionario y condenada a morir en la guillotina. A las diez y media de la mañana del día 16 de octubre de 1793, el pintor David, cómodamente instalado en la terraza del café La Régence, en la parisina calle de Saint-Honoré, realizó un apunte del natural de la reina María Antonieta camino del patíbulo. La llevaban sentada en una carreta e iba a ser ejecutada en la guillotina tras más de un año de calvario.
El dibujo presenta a la reina como un fantoche patético tocado con una ridícula cofia de fámula bajo la cual asoman unos mechones de pelo lacio. En sus labios, crispados por la agonía, se muestra aún un orgullo que parece desafiar a la plebe. Es un apunte cruel, en el que el artista quiso desposeer a su víctima de todo residuo de esplendor o hermosura, mostrando en ella la fiera cautiva que ya no podría ejercer más sus perversidades. Para la multitud que la contempló ese día, María Antonieta era la encarnación del Mal; para muchos otros fue una reina mártir y un símbolo de la majestad y la entereza. Aquel despojo que David vio pasar rumbo al cadalso había sido, sin duda, una de las reinas más bellas que tuvo Europa y la más primorosa joya de Francia.
Desde su nacimiento en 1755, María Antonieta Josefa Ana de Austria, más conocida como María Antonieta de Austria, había vivido sumergida en la suntuosidad de la corte vienesa, rodeada de atenciones y ternura. Su padre, el emperador Francisco I de Austria, la adoraba. La emperatriz María Teresa de Austria, como el país entero, estaba embelesada con su hija y no podía negarle ningún capricho. Sus dos diversiones preferidas eran jugar con sus numerosos hermanos por los jardines del palacio de Schoenbrunn y esconderse de sus maestros. El compositor Christoph Willibald Gluck apenas consiguió hacer de ella una ejecutante mediocre de clavecín, y sus profesores de idiomas sólo lograron que hablara francés bastante mal y que se expresara en alemán correctamente, pero nunca pudieron enseñarle ortografía, porque la princesa se ponía triste y los desarmaba con encantadores mohínes.
A los 12 años supo que iba a ser reina de Francia. Su madre se dispuso a hacer de ella una perfecta princesa parisina y le asignó dos expertos que se ocuparan a fondo de la futura cabeza real: un preceptor eclesiástico y un ilustre peluquero. El primero debía reforzar su fe y su francés; al segundo se le encomendó la no menos delicada misión de edificar en la cabellera de la infanta una versallesca torre dorada llena de bucles. Una semana después, ambos se confesaron derrotados. El preceptor aseguraba que María Antonieta poseía un cerebro ingenioso y despierto, pero rebelde a toda instrucción; el peluquero no podía culminar su obra debido a la frente demasiado alta y abombada de la joven.
A los 14 años, cuando se casó con el duque de Berry, entonces Delfín y futuro rey Luis XVI, María Antonieta era ya una deliciosa muchacha espléndidamente formada, con un exquisito rostro oval, un cutis de color entre el lirio y la rosa, unos ojos azules y vivos capaces de condenar a un santo, un cuello largo y esbelto y un caminar digno de una joven diosa. Para el gusto francés, sólo su boca, pequeña y dotada del desdeñoso labio inferior de los Habsburgo, resultaba desagradable. El escritor inglés Horace Walpole, que apreció sus encantos durante la celebración de una boda, escribió: «Sólo había ojos para María Antonieta. Cuando está de pie o sentada, es la estatua de la belleza; cuando se mueve, es la gracia en persona. Se dice que, cuando danza, no guarda la medida; sin duda, la medida se equivoca…»
El matrimonio con el futuro rey de Francia fue bendecido el 16 de mayo de 1770. Hubo fastos, desfiles, grandiosas fiestas y solemnidades. Poco después, por la noche, no hubo nada. Al menos eso consignaría el Delfín en su diario en la mañana del día 17: «Rien.» Una sola y enojosa palabra que seguirá escribiendo durante siete años, hasta que ella tenga el primero de sus cuatro hijos. María Antonieta, vital y poco inclinada a la santidad, se aburría soberanamente con su esposo y pronto comenzó a salir de incógnito por la noche, oculta tras la máscara de terciopelo o el antifaz de satén, y a resarcirse con algo más que simples galanterías.
En cuanto al Delfín, era robusto y bondadoso, pero también débil y no demasiado inteligente. Convertido en Luis XVI a los 20 años, María Antonieta escribirá a su madre: «¿Qué va a ser de nosotros? Mi esposo y yo estamos espantados de ser reyes tan jóvenes. Madre del alma, ¡aconseja a tus desgraciados niños en esta hora fatídica!». María Antonieta pronto se convirtió en símbolo escandaloso de la más licenciosa corte de Europa. Trataba de agradar y de obrar con acierto, pero no lo conseguía.
Sus faltas, exageradas por la opinión pública y consideradas como ejemplo vivo del desenfreno de la corte, no fueron otras que su desprecio a la etiqueta francesa, sus extravagancias y la constante búsqueda de placeres en el fastuoso grupo del conde de Artois, así como sus caprichosas interferencias en los asuntos de Estado para encumbrar a sus favoritas. Derrochadora, imprudente y burlona, la prensa clandestina comenzó a pintarla como un ser depravado y vendido a los intereses de la casa de Austria. La calumnia salpicaba su trono, siendo exagerada hasta el paroxismo por los libelos de la Revolución. Según los panfletos, la lista de sus amantes era interminable y sus excesos dignos de una Mesalina. Pronto fue conocida entre el pueblo con el despectivo mote de «la austríaca».
En 1785, un nuevo escándalo atribuido a su codicia vino a deteriorar su ya más que vapuleada fama. Todo el asunto giró alrededor de la más rica joya de la época. El célebre collar, realizado por los mejores orfebres de París para madame Du Barry, favorita del rey Luis XV, era una pieza insuperable. Sus más de mil diamantes, rubíes y esmeraldas parecían haber sido forjados pacientemente por los dioses en las entrañas de la tierra con el único fin de recibir la caricia del oro en un lugar preciso de la joya. Muerta la Du Barry antes de que se diera fin a la obra, la condesa de La Motte, aventurera que servía en la corte y pertenecía al círculo del tenebroso Conde Alessandro di Cagliostro, embaucó al cardenal Louis de Rohan, rico y disoluto cortesano caído en desgracia, haciéndole creer que María Antonieta deseaba obtener el magnífico collar y que, no disponiendo del dinero suficiente, estaba dispuesta a firmar un contrato de compra si él lo garantizaba.
El cardenal, deseoso de congraciarse con María Antonieta, se entrevistó con quien creía que era la reina, suplantada por una bella joven apellidada d’Oliva, accedió a su petición y el 1 de febrero de 1785 el collar fue trasladado a Versalles. Pero no llegó a manos de la reina, sino que por una sucesión de intrigas fue a parar a la condesa de La Motte, que desapareció de París con su marido y se dedicó a vender afanosamente las gemas por separado. Una vez descubierta la estafa, la condesa aseguró ser favorita íntima de María Antonieta y esgrimió unas cartas comprometedoras de la reina falsificadas. María Antonieta fue acusada de intrigante y ambiciosa, y aunque el juicio demostró su inocencia, la campaña política orquestada para desprestigiarla tuvo éxito. El cardenal de Rohan fue desterrado, la condesa de La Motte azotada públicamente y su esposo condenado a galeras, pero el castigo ejemplar no pudo borrar el nuevo baldón que había caído sobre la honorabilidad de la reina.
La caída de la monarquía se fraguó en pocos meses. Ni Luis XVI ni María Antonieta comprendieron el carácter de los cambios que se avecinaban, provocando así su propia ruina. Ya no había posibilidades de reconciliación entre el pueblo y el rey. El intento de huida de los monarcas no hizo sino acentuar esta ruptura y patentizar que el país había dado la espalda a la corona.
El conde sueco Axel de Fersen, amante fidelísimo de María Antonieta, se encargó de preparar el plan de fuga con un grupo de selectos y secretos monárquicos. La familia real debía huir de París saliendo de las Tullerías durante la noche por una puerta falsa y dejando una proclama de acentos tradicionales dirigida al pueblo de París: «Volved a vuestro rey; él será siempre vuestro padre, vuestro mejor amigo.» Sólo consiguieron llegar hasta Varennes, donde fueron reconocidos y detenidos. Cuando Luis XVI leyó el decreto que le obligaba a regresar, dijo: «Ya no hay rey en Francia». La Asamblea Legislativa no tuvo más remedio que someterse a cabecillas revolucionarios como Robespierre y Danton. No pudo evitar el asalto por las masas de la residencia real, arrebató los poderes al rey y permitió que fuese encarcelado en la torre del Temple. Después, para la realeza, no quedaba sino un trágico epílogo.
María Antonieta acompañó a su esposo a la prisión haciendo gala de un valor que ennobleció su figura, rayana luego en el heroísmo al aceptar con patética serenidad la separación de sus hijos y la ejecución de su esposo en enero de 1793. Trasladada a la Conciergerie siete meses después y encerrada en una celda sin luz ni aire, sin abrigo, vigilada en todo momento por guardias muchas veces borrachos, sus nervios estuvieron a punto de quebrarse en vísperas del juicio. Pero resistió.
Durante el proceso intentó defenderse con sus últimos restos de dignidad, contestó en términos que confundieron a sus crueles enemigos y, ante la acusación suprema de haber corrompido a sus hijos, guardó primero silencio y luego, dirigiéndose hacia el público, exclamó: «¡Apelo a todas las madres que se encuentran aquí!» Las deliberaciones del tribunal duraron tres días y tres noches, siendo por fin declarada culpable de alta traición como «viuda del Capeto». El 16 de octubre de 1793, a media mañana, sería exhibida en carreta por París ante los ojos de la multitud y de Jacques-Louis David, «el pintor de la Revolución».
Ninguna imagen más expresiva ni más elocuente del enorme cambio que se había operado en ella que su famoso dibujo: no hay parecido alguno entre aquella ruina humana que marcha al encuentro de su destino y la mujer que había sido, según apreciara Walpole, la elegancia personificada. Luego subiría lentamente los peldaños del cadalso, redoblarían los tambores, caería la cuchilla y la cabeza ensangrentada, asida por los cabellos por uno de los verdugos, sería mostrada a la multitud vociferante.

Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de María Antonieta». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/maria_antonieta.htm [fecha de acceso: 1 de marzo de 2022].

Cuando María Antonieta llegó a Versalles para casarse con el futuro Luis XVI y comprobó que allí no había intimidad para la familia real, mandó construir sus propias dependencias a tres kilómetros del Palacio. Era 1782 y ese lugar fue conocido como La aldea de la Reina

Sin duda un documental que puede aportar una versión diferente de la reina. “El Versalles secreto de María Antonieta” es una producción francesa hecha para televisión en 2018 y dirigida por Mark Daniels y Sylvie Faiveley.

Espero que os resulte interesante.

Un pensamiento en “MARÍA ANTONIETA. STEFAN ZWEIG

  1. Magnífica biografía de la reina María Antonieta. El autor tiene la capacidad de aunar la narrativa dinámica de la novela con la exactitud de la biografía, un compendio armónico y verosímil que nos seduce por su coherencia estructural. No sólo se cuentan los hechos de la vida de la persona cuya biografía se cuenta, sino, sobre todo (y característica del autor), se realiza un profundo análisis psicológico de la misma, de las otras personas directamente relacionadas, y también un análisis de un período histórico concreto, como es la Europa previa a la Revolución Francesa. Se demuestra que el autor sabía entender el sufrimiento ajeno y las causas ocultas de la conducta humana.
    Es una obra apasionada pero detallada, y con un estudio y manejo de documentos históricos exhaustivo.
    Es indudable la simpatía que siente por la mujer y por la reina, unida a un hombre totalmente opuesto en carácter e intereses, y, además, víctima de un problema fisiológico que, indudablemente, condiciona su personalidad.
    Tiende a disculparla en su juventud y, luego, en la desgracia, pasa a reforzar su visión personal. Se describe minuciosamente desde las juergas y los gastos en joyas, juego, etc. de la vida cortesana hasta las dificultades, cada vez mayores, que terminarán en la muerte.
    Inicialmente, María Antonieta, antes y después de ser reina, es una persona frívola, despilfarradora, superficial. Incapaz de hacer ningún esfuerzo intelectual. Vive completamente sujeta a los placeres. Y ello, a pesar del control que trata de ejercer su madre, la emperatriz. Por cierto, otro vigoroso retrato de personalidad histórica, en la que se refleja fielmente la servidumbre del poder y el precio que hay que pagar a veces, sobre todo en sistemas hereditarios donde no elige uno, sino que te viene impuesto desde la cuna.
    El matrimonio con Luis XVI resulta casi como mezclar el agua y el aceite. Luis es apocado, aburrido, lacónico. Su incapacidad para tomar decisiones es casi legendaria, de tal forma que él hace todo lo que ella le ordena y ella vive su vida de diversiones, mientras que él ocupa sus días en actividades como la caza y la herrería
    Sin embargo, la principal paradoja de la vida de María Antonieta, magníficamente reflejada en el texto, es que la misma persona incapaz de concentrarse, de trabajar, de moderar sus ímpetus, de leer un libro, se transforma ante la adversidad, sobre todo a raíz del episodio del collar.
    Parece madurar, se vuelve mucho más activa. Se implica en los asuntos de gobierno y, sobre todo, intenta que su marido se implique, aunque fracase en este aspecto, hasta el estallido de la Revolución. Y, sobre todo, en sus últimos años, la reina alcanza la grandeza, gracias a la dignidad que mantiene a toda costa y con la que logra impresionar a casi todos.
    Aparte del despliegue de erudición y de penetración psicológica en su composición de los retratos históricos que recorren la vida de María Antonieta, y de ella misma, y de los episodios principales de su vida y muerte, el autor nos obsequia con un dominio del lenguaje, como no podía ser menos, exquisito en su precisión y capacidad estética.
    Es uno de los puntos fuertes del autor, tanto en este texto, como en todos los suyos (muchos y de temáticas variadas: novela, ensayo, biografías, reportajes, etc.), por lo que recomiendo vivamente su lectura.

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